Enric Balasch by La

Enric Balasch by La

Author:La
Language: es
Format: mobi
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788483656914
Published: 2011-12-19T23:00:00+00:00


Capítulo 6

Pilar aparcó el coche cerca de un bar y entró. En el interior flotaba una neblina espesa, alimentada por los cigarrillos de varios trabajadores de la empresa eléctrica que gestionaba los recursos del pantano. Se hizo un silencio repentino, seguido de un ligero murmullo, y después la charla recobró su tono. Se sentó en un taburete de la barra y pidió un café con leche. Al doblar las piernas la falda se encogió dejando al descubierto parte de sus muslos. Se sintió observada con descaro por varios camioneros que jugaban al julepe. Se sintió incómoda entre tantos hombres.

El dueño del bar le sirvió el café con leche y aprovechó para preguntarle dónde había aparecido el cuerpo del pescador. El hombre dio por sentado que trabajaba en los juzgados y le indicó que al cruzar el Esla, a la entrada del pueblo, encontraría una zona de baños muy frecuentada en verano y no muy lejos, a unos doscientos metros a la izquierda, estaba el talud en el que apareció el cadáver.

Se tomó el café con leche, mientras hojeaba un periódico local. En el reloj del bar sonaron dos campanadas: las diez y media. La foto de un hombre con parte del cuerpo hundido en el agua le ayudó a comprender la tragedia. El texto no aportaba nada nuevo, nada que no le hubiese comentado Frank mientras se desperezaba ante un tazón de leche con cereales, mientras ella pensaba en su cita en la Dirección General de Bellas Artes. Allí debería estar ahora, en el despacho del director general, intentando convencerle de que ella era la persona indicada para dirigir los trabajos de restauración del San Juan de Berruguete. Maldijo la hora en que se ofreció a tomar parte activa en este caso. Maldijo la hora en que aceptó hacerle el favor y se puso al volante rumbo a Zamora. Pagó la cuenta y abandonó el bar entre las miradas lascivas de los empleados de la hidroeléctrica y los camioneros. Caminó hacia el coche con el bolso pegado al cuerpo para mitigar las ráfagas de aire helado que barrían las calles. Se cruzó con un par de perros lanudos que detuvieron su marcha para mirarla fijamente. No era del pueblo.

Tomó la dirección que le había indicado el camarero y llegó inmediatamente a la zona de baños. Giró a la izquierda y unos restos de cinta plástica con franjas rojas le señalaron el lugar correcto. Aparcó en la cuneta, paró el motor y observó las orillas agrestes del embalse. El aire rizaba la superficie del agua y levantaba nubes de polvo que la fuerza del viento disipaba rápidamente. El cielo estaba limpio, azul, y las siluetas de los buitres permanecían estáticas.

Se acercó al borde del talud. Tenía unos diez metros de desnivel en fuerte pendiente, y numerosas rocas sueltas de aristas cortantes. Se miró los zapatos. Unos preciosos mocasines de fina piel italiana. Se sintió ridícula en mitad de aquel páramo semidesierto vestida con un traje chaqueta y zapatos de Farrutx. Abrió el portamaletas y sacó una nevera portátil con hielo seco.



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